En el caso del varón, la fertilidad masculina depende directamente de una producción de espermatozoides o espermatogénesis correcta, de la calidad espermática y de la capacidad de que los espermatozoides salgan al exterior.
El hombre nace con los órganos masculinos inmaduros y, con la llegada de la pubertad, se producen unos cambios hormonales que permiten que empiecen a generarse espermatozoides. En el interior de los testículos, en unas estructuras llamadas túbulos seminíferos, se producirán espermatozoides de manera permanente. Posteriormente, los espermatozoides son transportados por los conductos deferentes y expulsados por la uretra mediante la eyaculación.
Cualquier alteración que influya en alguno de estos pasos afectará, en menor o mayor medida, a la fertilidad masculina.
Existen estudios donde se ha visto que puede haber un descenso en la fertilidad masculina con la edad, ya que algunos parámetros como la concentración o la movilidad de los espermatozoides empeoran. No obstante, estos cambios en la fertilidad masculina no son tan acusados como en el caso de la mujer y se puede ser padre biológico incluso después de los 50 años.